Columna del escritor Rafael Ignacio Reyes Fuenzalida
Bajo este contexto de horror, no puedo dejar de reflexionar sobre cómo un Estado, con toda su maquinaria bélica y política, puede aniquilar vidas inocentes: niños, familias enteras, periodistas, personas civiles cuyo único delito fue nacer en la Franja de Gaza.
Es lamentable constatar cómo el discurso de la supremacía moral de Occidente se ha convertido en un recuerdo vacío. Hoy, más que nunca, esa narrativa es reemplazada por la defensa del capital financiero y de los intereses estratégicos, mientras lo humano queda relegado a un segundo plano. La crisis de Occidente ya no es una advertencia: es una realidad palpable.
Los grandes líderes multiplican discursos políticos, pero no hay acción real frente a la ocupación de Gaza. Hablan de terrorismo, mientras exponen a inocentes bajo la excusa de una supuesta superioridad cultural y militar. El silencio del cuarto poder frente al asesinato de periodistas es igual de devastador: cuando la prensa calla, el genocidio avanza sin testigos.
Lo más desgarrador es ver la hambruna de niños y niñas, imágenes que inevitablemente recuerdan al horror vivido bajo la Alemania nazi. ¿Cómo puede el mundo, en pleno 2025, repetir semejante barbarie?
En este sentido, comparto y respaldo plenamente la decisión del presidente Gabriel Boric de retirar a los agregados militares de Israel. Fue una postura valiente y de altura de miras, comparable con la decisión del presidente Ricardo Lagos de no involucrar a Chile militarmente en Medio Oriente. No comprendo a quienes se molestaron con esta política, pues demuestra que Chile aún conserva, al menos en parte, la dignidad de la coherencia.
La humanidad no perdonará la indiferencia de quienes, pudiendo alzar la voz, decidieron callar. Y mucho menos perdonará que un personaje como Netanyahu pueda recorrer el mundo, vestido de diplomático, mientras sostiene un genocidio moderno que muchos prefieren ignorar.
Lo que vivimos hoy no es solo un conflicto: es el nacimiento de un nuevo nazismo en pleno siglo XXI, un síntoma brutal de la decadencia de Occidente.-