Perder a un ser querido siempre es un proceso doloroso, pero cuando la muerte ocurre de manera repentina, ya sea por un accidente o por una enfermedad inesperada, el impacto emocional y funcional puede ser devastador. La cotidianidad, los hábitos y la salud mental se ven profundamente alterados, generando un vacío que trasciende lo emocional y repercute directamente en el bienestar integral de las personas.
El duelo repentino suele estar marcado por el shock emocional, la negación y una sensación de incredulidad persistente. La mente no alcanza a procesar con la misma rapidez la pérdida que el cuerpo experimenta, y esto se traduce en síntomas como ansiedad, insomnio, falta de concentración, desmotivación y, en algunos casos, cuadros depresivos o crisis de pánico.
Expertos en salud mental señalan que una de las mayores dificultades en este tipo de duelo es la disrupción de las rutinas. Los hábitos que antes daban estructura, como preparar el desayuno para alguien, compartir una conversación o realizar tareas domésticas en compañía, se transforman en recordatorios dolorosos de la ausencia. Esta pérdida del ritmo cotidiano puede deteriorar la salud física y emocional si no se aborda con apoyo y contención adecuada.
Reconstruir la cotidianeidad es parte esencial del proceso de sanación. Implica reconfigurar espacios, redefinir roles familiares y rescatar actividades que otorguen sentido y conexión con la vida. No se trata de olvidar, sino de volver a habitar el mundo con una nueva mirada, sostienen los especialistas.
El acompañamiento profesional, la escucha activa y las redes de apoyo social cumplen un rol clave. Reconocer el dolor, permitir la expresión emocional y buscar ayuda oportuna son pasos fundamentales para evitar que el duelo se transforme en una crisis prolongada o en un trastorno de salud mental.
Mauricio Quidel
Director Terapia Ocupacional
Universidad Andrés Bello